13 de junio de 2008

Fotógrafos furiosos

"La Ciudad de los Fotógrafos"

La fotografía cuando no es manipulada se considera un documento, el mismo adquiere valor respecto al objeto fotografiado y el contexto donde es capturada la imagen, de esta ecuación se extrae al fotógrafo, entrega su mirada de forma anónima para que otros se apropien de ella. La Ciudad de los Fotógrafos entrega testimonios de estos importantes obreros de la imagen que en plena dictadura decidieron que sus armas para combatir la represión serían sus cámaras, guardando un importante registro de la época más oscura del país.

Fotografía Claudio Pérez

A partir de la historia de diversos fotógrafos, José Moreno, Luis Navarro, Páz Errázuriz, Percy Lam, Kena Lorenzini, Pepe Durán, Alvaro Hoppe entre otros se devela la batalla que se libraba desde este frente hacia la dictadura. A principios de los ochenta el régimen ya mostraba sus primeras fisuras y la gente levantada empezó a realizar las primeras grandes marchas por la Alameda por la dignidad del pueblo chileno, al compás de esta danza revolucionaria que se gestaba en la calle también comenzaron a bailar los fotógrafos que para resguardarse de los múltiples peligros se agruparon en la AFI (Asociación gremial de Fotógrafos Independientes). Esto les dio un resguardo frente a la violencia a la que se veían enfrentados todos los días en las calles y en la represión policial, algo que lamentablemente todavía ocurre, guardando las proporciones.

El documental se vale de fotografías para ilustrar las historias, es más la historia de ciertas fotografías dan pie a desenmarañar hitos importantes como por ejemplo la fotografía de Lonquén de Helen Hughes. Luis Navarro, quien también estuvo ahí explica que en esta mina se comprobó finalmente la existencia de desaparecidos, era imposible seguir ocultándolo y él tenía que estar con ellos. Es por esto se denomina “fotógrafo de los perdedores y los muertos, me tocó a mí porque me tocó estar donde tenía que estar, a los que no tenían voz, que estaban siendo juzgados, torturados y martirizados, es la tarea más noble que puede hacer el ser humano, defender a los caídos”.


Fotografía Helen Hughes


Las fotos, y la potencia en ellas hablan por si mismas, muestran los rostros de los protagonistas cuando jóvenes, además la utilización de material audiovisual entregan un buen conjunto para formarse una imagen de lo que ocurría en esas marchas de todos los días. El Kamikaze es un fotógrafo que estaba siempre en la papa, lo vemos en acción, prestándole la máscara de gas a una señora asfixiada por el humo de las lacrimógenas, lo vemos siendo detenido, también con la cabeza ensangrentada, el se encontró “con la violencia más absoluta y con el pueblo levantado”. El da cuenta de la cámara como un arma ya que como lo que aparece en la foto no se puede negar “era un salvamento para el ser humano que estaban apaleando, me puse a disparar el flash como loco y ahí descubrí que tenía un arma importante, mi cámara se convirtió en mi arma, igual que cargar un AK”.

El documental también da cuenta de la censura sufrida por el rubro cuando ridículamente se prohibieron fotografías en revistas como Apsi, Análisis. El absurdo es tal que las ediciones de esas revistas son de colección con creativos pies de página y acusando la censura en todos los espacios destinados para fotos. Eso duro solo un tiempo pero es un precedente de un organismo de terror encargado de inculcar el miedo y por ende la autocensura. Sin embargo esto no detenía a los fotógrafos, como cuenta Inés Paulino con marcado acento portugués, “tenía mucho miedo, cada día uno no sabía que podía pasar contigo, era todos los días despertar con una adrenalina a mil, y era tal que no había cansancio, nada te derrumbaba”.

La música compuesta por Manuel García y Silvio Paredes va muy bien con la historia, se mueve junto con la cámara como en una misión de rescate, de esas imágenes, de las personas de detrás de las fotos y mantiene viva la sensación de la época con su lira, la que se expresa más hacia el final cuando suena el Viejo Comunista.

Otro fotógrafo, Pepe Durán, es protagonista de su propia “Blow Up” el clásico film de Antonioni donde un fotógrafo descubre un crimen con la ampliación de una imagen, en este caso un “paco” estaba herido en la calle y en el laboratorio se da cuenta que tenía un cuchillo enterrado en el cuello, con esta foto ganó la portada de los diarios. Luego se enteró que al carabinero lo había matado alguien de la CNI, como parte de la denominada guerra sucia, para culpar a los comunistas y subversivos.

De estos riesgos sabe muy bien Luis Navarro, quien estuvo detenido por sacar una foto de Pinochet entrando al palacio de la Moneda, luego informaron que el había estado infiltrado de los militares en la Vicaría de la Solidaridad todos esos años, lo cual es falso, “me dicen a ti te vamos a cobrar todo lo que nos has hecho, con tu cámara nos has hecho mas daño que con un arma y si inventamos que mataste a la virgen maría todos se lo van a creer. Me acusan de soplón de traidor, de colaborador”. La foto de su padre cuando se entero de lo que le hicieron cuando estuvo detenido lo dice todo.

Fotografía Luis Navarro


El final trágico de esta historia no tardaría en llegar, este peligroso juego de todos los días tarde o temprano iba a cobrar víctimas. Rodrigo Rojas llegó del exilio en Estados Unidos para fotografiar su país. Llevaba poco tiempo acá y una semana antes de su muerte fotografió el funeral de Ronald Wood, quien tenía 19 años, igual que Rodrigo. Lo detuvieron junto a otro joven y los rociaron con la bencina con la que pretendían hacer una barriada, quemándolos vivos. Aquí ya no se necesitan palabras, esto fue muy duro para todos.

Rodrigo Rojas, fotografía de Percy Lam.

La habilidad para mantener viva la historia y para refrescar la memoria son elementos fundamentales de la fotografía, cuando estas mismas se unen a un medio de más llegada como es el cine, se logra una combinación deliciosa de doble documento, por una parte la humanidad de esta ciudad y los testimonios de sus protagonistas y el diálogo que propone la fotografía como lectura de una oscura época. Cuando la identidad ahora navega en aguas pantanosas es buen echar tierra para que se afirme y esto lo logra el director Sebastián Moreno, quien le entrega voz a la historia.





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